Decía el historiador Julio Aróstegui que la mejor manera de aprender a olvidar es recordando. Exorcizando nuestros recuerdos traumáticos. Al margen de que se puede aplicar a numerosos ámbitos de nuestras vidas, resulta un lugar común referirnos al concepto del olvido asociado al perdón en fenómenos relacionados con los asesinatos o con la violencia política, sea la época de nuestra Historia de la que estemos tratando.
Por eso, resulta poco maduro observar que el paso del tiempo ocasione, en multitud de casos, el desconocimiento por parte de la gente más joven fundamentalmente, pero incluso también por algunos de los protagonistas y por gentes coetáneas, de la impronta que dejaron los que nos precedieron.
Una sociedad que no es capaz de asimilar sus claros y oscuros es una sociedad empobrecida.
De esta manera es, desde mi punto de vista muy relevante, el hecho de que sigamos buscando elementos que permitan el aprendizaje de la vida en democracia ya que éste no fue siempre fácil. Y en determinados aspectos corre peligro.
Cierto es que todo evoluciona. Que los pactos hacen que las sociedades avancen. Que el reconocimiento de los errores ( más que el de los aciertos) hace que el entendimiento sea menos complicado. Pero no lo es menos, el hecho de que una sociedad que no es capaz de asimilar sus claros y oscuros es una sociedad mucho más empobrecida que otra que progresa, que evoluciona con la suma de todos ellos.
Es el tránsito de la memoria histórica a la memoria democrática el que nos permite asumir que son los valores por encima de los hechos los que tienen que perdurar en nuestro imaginario.
Por consiguiente y valiéndonos de la contradicción que ha dado pie al título de este artículo se puede ( y se debe) olvidar recordando. Podremos, como se dice coloquialmente, pasar página a parte de un pasado tormentoso, sin embargo resulta fundamental aprender y enseñar las causas que lo han producido.
Tenemos que contar con instrumentos que consoliden, que refuercen la conmemoración de la adquisición, paulatinamente, de la ciudadanía. Somos compañeros, diversos, pero compañeros, de viaje. La unanimidad no tiene por qué ser el signo identificador de nuestros destinos, pero tampoco ha de serlo el avasallamiento. Ya sea de las personas, de lo que significaron o hicieron o de borrar sus actuaciones.
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