Muchas de las letras de las canciones de Fito ( Adolfo “Fito” Cabrales Mato) resultan estimulantes al llevar tu mente a pensamientos profundos y relacionarlos con temas que te rodean o te afectan personalmente.
Este es el caso de la alusión a la existencia de “muy pocas personas, demasiada gente” dentro de su canción “Corazón oxidado”.
Me lleva como hilo conductor al guion de la película de terror en la que el mundo en el que vivimos se empeña en seguir adentrándose.
Si, por una parte, ya es cierta la existencia ( y el olvido) de multitud de conflictos internacionales y locales que padecemos sin solución de parón. Ahora nos estremecemos con las muy mediáticas escaladas de nuevas situaciones de terrible desprecio por la vida humana en sociedades, bien próximas a nosotros, o bien porque podemos localizar los intestinos de sus diferencias con mayor facilidad ( véase la guerra de Ucrania o la escalada de violencia entre Israel y Hamás).
Por todo ello pienso que, como nos señala Fito, quizás me gustaría que cambiase la respuestas en las calles, en los medios de comunicación, en las redes sociales… y que en vez de estar pobladas de multitudes ( de “ demasiada gente”) estuvieran repletas de muchas más personas.
Es decir, que lejos de la polarización, de la división entre el supuesto bien y el mal, pudiéramos posicionarnos del lado de la humanidad en el más amplio sentido de la palabra. En el de la condena de la violencia, en cualquiera de sus expresiones. En la alabanza del diálogo para respetar las diferencias. En definitiva, en la de la convivencia, si no se puede o no se quiere en el mismo espacio, al menos manteniéndose cada uno sin interferencias el suyo.
Recuerdo entonces los debates mantenidos hace años sobre la conveniencia de apostar por la multiculturalidad o por la interculturalidad. En ambos fenómenos la base se mantiene firme si somos capaces de comprender que somos diversos. Ni mejores ni peores. Siempre y cuando no crucemos la barrera de la imposición de un modelo sobre otro.
Y aquí, desde luego interviene con fuerza la educación en valores democráticos. De nuevo las decisiones que toman nuestros actuales dirigentes y líderes de opinión se fundamentan en el bagaje cultural y social adquirido en sus etapas de formación.
Es, a mi juicio, muy importante que insistamos en este sentido: educar para la convivencia. Desterrar de las aulas, de los parques, de los espacios deportivos y de ocio, todas aquellas actitudes que corrompan el deseo de poder vivir en paz.
Así cada vez tendremos más personas y por lo tanto, menos gente.
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