Artículo de la Presidenta del PSOE de Extremadura, Blanca Martín.
La posición de poder que ostenta una persona sobre otra, atenaza, asfixia, inmoviliza y se construye, precisamente, a partir del miedo, nunca del respeto. No se trata de nominalizar, sino de entender que no hay forma más injusta dentro de las relaciones humanas que las que se sustentan en el poder, una estructura anquilosada en nuestro subconsciente gracias a siglos de oír, ver y soportar los mismos comportamientos. Sí, se llama patriarcado.
Sucede a muchas mujeres que, históricamente, han soportado la intensa carga del poder, un poder que desconoce de momentos, que ignora situaciones y que apabulla, simplemente, porque, de forma tácita, siempre hay que dejar meridianamente claro quién manda y quién obedece. Es la estructura misma de cada una de las conductas machistas que soportamos a diario, con y sin testigos.
Y allí reside, en la inercia de las acciones patriarcales y quizás en la vergüenza misma, la categorización de las conductas: la prepotencia del machista contra la presencia de la mujer compartiendo un escenario enmarcado por un esquema que oscila entre la condescendencia y el rechazo frontal.
De todo ello, cotidiano y sangrante, nos debe quedar claro un aprendizaje. Ninguna sociedad que aspire a la igualdad real, puede soportar que se ejerza la fuerza -porque el poder es fuerza- y, por consiguiente, el abuso de esa fuerza.
La enseñanza que nos debe quedar es el respeto mutuo sin excepción alguna, como esencia misma de una educación que nos haga empáticos, sensibles e inteligentes, además de respetuosos con el espacio del otro/a y más aún en espacios públicos de representación institucional.
Es nuestra obligación mostrarnos ante el mundo como un país que no se permite conductas sonrojantes porque no nos posiciona como la nación que somos, como la nación que seguimos construyendo con valores que deben ser inalienables, tales como la igualdad, la libertad y la justicia entre personas y territorios.
En definitiva, acabar con cualquier tipo de complicidad que auspicie y fomente, directa o indirectamente, la desigualdad entre personas, es un imperativo social y de era. Se trata de progresar o de involucionar, así de simple. Se trata, obviamente, de un cáncer que aún hay que extirpar en cada escuela, en cada institución, en cada espacio de nuestras vidas porque, en este caso, parafraseando a medias a James Carville, es el machismo, estúpido.
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